El peneca Zig Zag nº 1865


El Peneca Zig Zag nº 1865
Santiago de Chile , 9-IX-1944
Cortesía del Señor Elías Luna.




El peneca como reencuentro con el pasado .
¡Adiós mis amigos! Mi camino desciende por aquí en la montaña, por otro lado el de ustedes. Desde hace tiempo los veo cada vez más lejos de mí. Un día desaparecerán del todo. De aquí a poco tiempo mi senda me parecerá solitaria sin su compañía. Las praderas serán landas estériles. No cesa de palidecer mi recuerdo. El camino que recorro se estrecha y endurece, la noche está cada vez más próxima. Pero en el porvenir, nuevos soles se alzarán, llanuras inesperadas se extenderán ante mí, y hallaré nuevos peregrinos que tendrán en sí la virtud que descubrí en ustedes, que serán ellos mismos la virtud que eran ustedes. Me someto a esta saludable y eterna ley, que reinaba en aquella primavera en que los conocí, que reina en esta primavera en que me parece que los pierdo. Amigos de antaño, vuelvo a visitarlos como quien marcha entre las columnas de un templo en ruinas. Ustedes pertenecen a una época, a una civilización, a una gloria, hace tiempo extintas. Sus armoniosas líneas aún se distinguen, a pesar de las convulsiones sufridas y de los chacales que rondan las ruinas.
Vengo a reencontrar el pasado, a descifrar sus inscripciones, los jeroglíficos, los manuscritos sagrados. Ya no encarnamos mucho nuestro yo antiguo. El amor es una sed que nada sacia. Bajo la corteza más grosera se oculta la carne más delicada. Si deseas comprender a un amigo, aprende a leer a través de una materia más opaca y espesa que el cuerno. Si deseas comprender a un amigo, todos los idiomas te resultarán fáciles. El enemigo se descubre. Hay en él una amenaza de guerra. En cambio el amigo no descubre jamás su afecto. Advierto una vez más la ventaja que tiene para el poeta, para el filósofo, para el naturalista y para todos nosotros, entregarnos de tiempo en tiempo a una ocupación diferente de nuestra ocupación habitual, y mirar, por así decir, de soslayo a las cosas. El poeta tendrá así visiones que ninguna inspiración voluntaria haría nacer. El filósofo deberá admitir principios que no le habrían revelado largos estudios y el mismo naturalista posaría su vista sobre una flor desconocida o sobre un animal imprevisto y nuevo.

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