Okey N°678

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Y como buen chileno
no hay segunda sin
tercera.















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Okey N°676

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no hay primera sin segunda
acá esta el siguiente numero

















Okey N°676

Okey N°393

Okey N°393
Acá les dejo este interesante
comics obtenido en el bio bio
en conjunto con MP. gracias.










Okey N°393

El peneca

Santiago  de Chile, 28-X-1947
Cortesía del señor Elías Luna.

El peneca, luz en la oscuridad que permanece como antorcha en la  caverna del tiempo .Voy a los museos cada vez que puedo, y siempre me veo sumergido en ese tipo de emociones primitivas, esos asombros que lindan por un lado con la fascinación de la ciencia y por el otro con la imaginación infantil. Voy para ver alguna exposición en particular o para perderme y dejarme llevar por esas salas medio en penumbra que son la enciclopedia en tres dimensiones del conocimiento humano y de la variedad ilimitada del mundo. Voy a veces con un propósito muy definido y cuando llego allí el propósito se me olvida y acabo perdiéndome en los sótanos de los minerales y de los meteoritos o en esas galerías de la última planta en las que se suceden los esqueletos fósiles de los dinosaurios y los de los mamuts y los mastodontes que cazaron hasta la extinción nuestros antepasados de no hace más de quince mil años. Voy a ver los arcos y flechas y los muñecos de trapo con que jugaban los niños en las tribus indias de las praderas, las ballenas que tallaban en marfil de morsa los Inuit, las máscaras de osos, de zorros, de salmones, de muertos, que usaban los indios de la costa noroeste del Pacífico, los cestos impermeables hechos con hierbas entrelazadas en los que recogían el agua. Voy a ver el corte en la
profundidad de la tierra de una granja en cada una de las estaciones del año, con su misterio de túneles y de cámaras secretas en las que los roedores guardan para el invierno sus tesoros de bellotas, y ese tronco de una secuoya en cuyos anillos concéntricos está marcada la fecha del nacimiento de Cristo, la de la caída de Constantinopla, la de la llegada de Colón a América.
Las horas se van sin que me dé cuenta, sin que se disipe ese estado de deslumbramiento en el que dejo de ser quien soy y puedo convertirme en un chico con la vida entera por delante que descubre de golpe su vocación de botánico o de biólogo o geólogo o físico. Hoy, esta última vez, el entusiasmo que he descubierto es el estudio de la bioluminiscencia. Quién no desearía ser uno de esos biólogos que descubren los patrones matemáticos en los parpadeos de las luciérnagas, o el mecanismo mediante el cual los ojos de los peces de las profundidades submarinas pueden detectar en la total oscuridad las muestras más tenues de luz. De todo eso trata la exposición que he venido a ver, Creatures of Light. Después de una puerta de cristal uno se interna en esa penumbra en la que viven las criaturas luminosas; casi tanteando, al principio, recién llegado de la claridad excesiva de la mañana de abril, ajustando la pupila. Por las alturas se enciende y se apaga una de esas maquetas que dan al museo ese aire de película fantástica de bajo presupuesto de los años cincuenta, una luciérnaga aumentada doscientas cincuenta veces, grande como un pato, con sus dos pares de alas, las unas protectoras, las otras membranosas y útiles para el vuelo, el vientre iluminándose gracias a esa reacción química que produce una claridad fría.
  Maravillarse y aprender. Estimular la fabulosa capacidad humana para el conocimiento. ¿Quién necesita las fantasías tóxicas de las supersticiones religiosas, la brujería, los caprichos extravagantes del arte? Las luciérnagas macho vuelan trazando giros específicos que dejan como una firma genética en la oscuridad; en la hierba, las hembras emiten sus parpadeos, que varían según cada especie, para atraer a los machos que les parecen más prometedores. Ese centelleo que yo he observado con tanta distracción en las noches de verano es un alucinante sistema de signos a través del cual criaturas que no van a vivir más de dos semanas se aseguran la reproducción. En Indonesia, millares de machos se posan en las ramas de los árboles y sincronizan sus señales en un solo resplandor. Algunas veces, una hembra finge la intermitencia luminosa de una especie que no es la suya. Los investigadores la llaman femme fatale: el macho de la especie aludida vuela hacia ella y es inmediatamente devorado.
Criaturas marinas microscópicas captan la luz solar y la emiten de noche, y no se sabe si son animales o son plantas, porque se nutren a través de la fotosíntesis pero también absorbiendo a otros organismos. Corales submarinos resplandecen como grandes retablos barrocos. Escribo sobre estas cosas y tengo la sensación de haberlas soñado.Como a los insectos voladores, que al parecer se guían por la Luna, nos atraen las luces en la oscuridad. Veíamos de niños las brasas de los cigarrillos de los adultos en las calles poco iluminadas, las velas en las capillas de las iglesias y esas lámparas de aceite que se encendían en los dormitorios de las casas la noche de los Difuntos: ruedas lisas de cartón de naipe con una mecha encendida flotando en una taza de aceite. Con los ojos de par en par mirábamos los números fosforescentes de los despertadores brillando en la oscuridad. En casa de una tía mía me subyugaba el invento moderno de un crucificado que no estaba clavado en una cruz de madera, como en el dormitorio más antiguo de mis padres, sino en una de cristal translúcido que fosforecía por dentro. Una linterna encendida bajo las sábanas hacía que la cama de uno se pareciera a aquellas tiendas de lona de los exploradores en África, iluminadas por dentro como fanales por lámparas de keroseno con una tulipa de cristal, en las noches falsas del cine.
Mientras la heroína dormía era preceptivo que sobre la lona de la tienda se perfilara la silueta de un leopardo al que daría fin en el último momento con un disparo de su fusil infalible el héroe cazador.

En base  a  un  texto  de Antonio Muñoz Molina, adaptado por Hasieran.

 


Santiago de Chile ,4-X-1947
Cortesía del señor Elías Luna.
Excelente escaneo .
Luz en la oscuridad .
Es el Peneca como las estalactitas de luz que en  la bóveda de una gruta  parpadean verticalmente como en un bosque de árboles de Navidad. Como el que  se  baña  de  noche en   algunas bahías ,  hunde la mano en el agua sobre la borda de una barca ve un resplandor líquido que no es el reflejo de la Luna ni de ninguna otra luz exterior, sino la irradiación de organismos unicelulares de plancton. En las aguas más oscuras de algunos océanos se ven pequeñas luces blancas moviéndose de un lado a otro como luciérnagas submarinas. En los bosques de Indonesia hay árboles en los que chispazos de luz verdosa se repiten en todas las ramas y en casi todas las hojas, apagándose y encendiéndose a un ritmo variable. Muy hondos bajo la tierra hay escarabajos ciegos que tienen en la cabeza dos puntas redondas y rojas que brillan en la oscuridad, y largos gusanos que parecen trenes sinuosos con un faro rojo en la proa de la locomotora. Medusas transparentes se mueven en la superficie del mar como tulipas azuladas. En las noches lentas y cálidas del principio del verano, en el parque de grandes robles y arces y praderas jugosas a la orilla del Hudson, las luciérnagas trazan en el aire, en las zonas de penumbra más allá de las farolas, rápidos garabatos verdes, y la hierba se llena de puntos luminosos.
Como a los insectos voladores, que al parecer se guían por la Luna, nos atraen las luces en la oscuridad. Veíamos de niños las brasas de los cigarrillos de los adultos en las calles poco iluminadas, las velas en las capillas de las iglesias y esas lámparas de aceite que se encendían en los dormitorios de las casas la noche de los Difuntos: ruedas lisas de cartón de naipe con una mecha encendida flotando en una taza de aceite. Con los ojos de par en par mirábamos los números fosforescentes de los despertadores brillando en la oscuridad. En casa de una tía mía me subyugaba el invento moderno de un crucificado que no estaba clavado en una cruz de madera, como en el dormitorio más antiguo de mis padres, sino en una de cristal translúcido que fosforecía por dentro. Una linterna encendida bajo las sábanas hacía que la cama de uno se pareciera a aquellas tiendas de lona de los exploradores en África, iluminadas por dentro como fanales por lámparas de keroseno con una tulipa de cristal, en las noches falsas del cine. Mientras la heroína dormía era preceptivo que sobre la lona de la tienda se perfilara la silueta de un leopardo al que daría fin en el último momento con un disparo de su fusil infalible el héroe cazador.

Santiago de Chile , 13-IX-1947
Cortesía del señor Elías Luna.
Hay  vida  en  la  lectura  de  El peneca, luces  de  luciérnaga .Las horas se van sin que me dé cuenta, sin que se disipe ese estado de deslumbramiento en el que dejo de ser quien soy y puedo convertirme en un chico con la vida entera por delante que descubre de golpe su vocación de botánico o de biólogo o geólogo o físico. Hoy, esta última vez, el entusiasmo que he descubierto es el estudio de la bioluminiscencia. Quién no desearía ser uno de esos biólogos que descubren los patrones matemáticos en los parpadeos de las luciérnagas, o el mecanismo mediante el cual los ojos de los peces de las profundidades submarinas pueden detectar en la total oscuridad las muestras más tenues de luz. De todo eso trata la exposición que he venido a ver, Creatures of Light. Después de una puerta de cristal uno se interna en esa penumbra en la que viven las criaturas luminosas; casi tanteando, al principio, recién llegado de la claridad excesiva de la mañana de abril, ajustando la pupila. Por las alturas se enciende y se apaga una de esas maquetas que dan al museo ese aire de película fantástica de bajo presupuesto de los años cincuenta, una luciérnaga aumentada doscientas cincuenta veces, grande como un pato, con sus dos pares de alas, las unas protectoras, las otras membranosas y útiles para el vuelo, el vientre iluminándose gracias a esa reacción química que produce una claridad fría.

Maravillarse y aprender. Estimular la fabulosa capacidad humana para el conocimiento. ¿Quién necesita las fantasías tóxicas de las supersticiones religiosas, la brujería, los caprichos extravagantes del arte? Las luciérnagas macho vuelan trazando giros específicos que dejan como una firma genética en la oscuridad; en la hierba, las hembras emiten sus parpadeos, que varían según cada especie, para atraer a los machos que les parecen más prometedores. Ese centelleo que yo he observado con tanta distracción en las noches de verano es un alucinante sistema de signos a través del cual criaturas que no van a vivir más de dos semanas se aseguran la reproducción. En Indonesia, millares de machos se posan en las ramas de los árboles y sincronizan sus señales en un solo resplandor. Algunas veces, una hembra finge la intermitencia luminosa de una especie que no es la suya. Los investigadores la llaman femme fatale: el macho de la especie aludida vuela hacia ella y es inmediatamente devorado.
Criaturas marinas microscópicas captan la luz solar y la emiten de noche, y no se sabe si son animales o son plantas, porque se nutren a través de la fotosíntesis pero también absorbiendo a otros organismos. Corales submarinos resplandecen como grandes retablos barrocos. Escribo sobre estas cosas y tengo la sensación de haberlas soñado.
En base  a  un texto de Antonio Muñoz Molina.

Santiago de Chile  6-IX-1947
Cortesía del señor Elías Luna .
Mucha gracias.

Una revista como El peneca, en mi experiencia, no es la realización de un proyecto, un edificio que deriva exactamente del trazado simple  de  unos guiones literarios .. Es algo que llega de pronto y que uno sigue medio a tientas, guiado como máximo por algo parecido a esa brújula de la que habla Javier Marías; una brújula, en cualquier caso, de eficacia incierta, de movimientos caprichosos de aguja: quizás una brújula que hay que consultar de noche a la luz de una llama que en cualquier momento puede apagarse. Uno no escribe para contar lo que sabe, sino para saber lo que cuenta. El plano, cuando llega a existir, existe como un fogonazo, y lo que ilumina son casi siempre conexiones inesperadas entre cosas que hasta ese mismo momento parecían muy alejadas entre sí. Marcel Proust creyó que estaba escribiendo un ensayo sobre el crítico Sainte-Beuve que a él mismo le parecía tedioso y en el que había trabajado con desgana durante años: de pronto, una tarde, instigado por el sabor más célebre de la literatura, el tedio se convirtió en arrebato y la dificultad de inventar en un casi delirio de imágenes y situaciones. En el duermevela del despertar Richard Wagner escuchó el acorde del que derivaría todo el inmenso edificio sonoro del Anillo del Nibelungo. El máximo desaliento había precedido a la mayor enajenación creadora.
De pronto hay algo donde antes no había nada. De un momento a otro la desolación se ha convertido en fervor y la esterilidad en deslumbramiento. En la conciencia vacía o en la hoja o en la pantalla en blanco ahora hay una primera frase o un verso completo. En la imaginación ha surgido una música llegada de no se sabe dónde. Las horas o días de trabajo tedioso quedan cancelados por una súbita sensación de ligereza. Lo imposible ahora se ha alcanzado sin apariencia de empeño. Lo que era difícil se ha vuelto fácil o ha resultado ser difícil y fácil a la vez. El esfuerzo consciente se ha revelado superfluo porque alguien que no parece exactamente uno mismo ha susurrado una solución. A partir de ahora el trabajo no será menos exigente, pero sí más fluido y más grato.
La palabra susurrar es adecuada: la inspiración es un soplo. Las imágenes que aluden a esa experiencia contienen el aliento y también la luz: la claridad súbita que revela lo hasta entonces oculto. En el querido vocabulario de los cómics la idea súbita es una bombilla que se enciende en el cerebro o encima de él, quizás derivada de las lenguas de fuego que señalaron la presencia del Espíritu Santo sobre las cabezas de los apóstoles. Los símbolos evolucionan con la tecnología: la inspiración es una llama cuando la noche se iluminaba con candelas de aceite y una bombilla en la era de la electricidad.


 
Santiago de Chile , 15-VIII-42


 
DONCOMIC & HASIERAN.



 
¿Qué es patria? Quizás para muchas personas la respuesta es sencilla y practica: “es el lugar donde nací, el lugar donde me crié”. En forma oficial y formal es correcta dicha respuesta, pero hay que hacer constar que el concepto de patria entraña un valor más profundo y noble del que cotidianamente se le hace mención.
Patria es la tierra de nuestros padres, el lugar de nuestros antepasados. La patria simboliza la raíz de la cultura en la que crecemos y nos educamos. Es pues, que patria es la tierra del hogar, el lugar de donde que se proviene.
En este mundo globalizado es conveniente estar atento en aprender las riquezas de otras naciones, pero es indispensable estar consciente de quienes somos y de donde provenimos. Es decir, del amor a nuestra tierra y en ello al evocar las costumbres y los valores que se reflejan en el arte, el trabajo, en el pensamiento, en el genio, en la religión y en el temperamento del pueblo del cual provenimos para convivir y compartir con los demás.
La patria viene a ser: “el amor al legado de nuestros antepasados quienes enriquecieron nuestra cultura” en aspectos tales como:
Materiales
Intelectuales
Espirituales
Morales.
Es el amor a la patria, el amor a la herencia cultural que nos ha sido otorgada por nuestros ancestros y que tenemos el compromiso de enriquecer para dejar, dicha herencia cultural, en manos de las generaciones venideras que serán quienes aprecien de nuestros logros y alcances.
Es así que el concepto de patria encierra en ello la esencia e identidad de un pueblo. Y en el cual se vislumbra la riqueza humana de dicha nación. Es decir, patria es la identidad humana propia de los habitantes de un país provenientes de sus raíces ancestrales.
Patria es la manifestación humana del lugar del que se viene.




























 

Santiago de Chile, 16-VIII-1947

Cortesía del señor Elías Luna.




El asombro en la lectura de El peneca.


¿ Por qué hay mundo? ¿por qué hay entes? Pues "pudo" -quizás- no haber habido nada; pero como de hecho hay algo, y como el principio de razón dice que todo tiene su porqué o fundamento, entonces es preciso preguntar: ¿por qué hay ente, es decir, cual es el fundamento del ente en totalidad? La totalidad de los entes, el mundo, parece una totalidad ordenada, estructurada conforme a leyes; pero, ¿por qué la realidad está ordenada, y lo está como lo está y no según pautas diferentes? ¿Por qué esta constituida de acuerdo a leyes, y no de modo enteramente desordenado, caótico? Todas estas preguntas nacen del asombro del hombre frente a la totalidad del ente, surge abe el hecho de que haya entes cuando bien no pudo haber habido nada. Por ello se dice, desde Platón y Aristóteles, que el asombro o sorpresa es el origen de la filosofía, lo que impulsa al hombre a filosofar. En efecto el que algo sorprenda hace que uno se pregunte por lo que ocasiona la sorpresa; y la pregunta lleva al hombre a buscar el conocimiento.Pero cuando se refiere a la filosofía, el asombro es el asombro ante la totalidad del ente, ante el mundo. Y éste asombro ocurre cuando el hombre, libre de las exigencias vitales más urgentes y también de las supersticiones que estrechan su consideración de las cosas, se pone en condiciones de elevar la mirada, mucho más allá de sus necesidades y contornos más inmediatos, para contemplar la totalidad y formularse éstas preguntas: ¡qué es esto, el mundo? ¿ De donde procede, qué fundamento tiene, cual es el sentido de todo esto que nos rodea? En momento que el hombre fue capaz de formularse estas preguntas de manera conceptual, con independencia de toda concepción mítica, religiosa o tradicional, había nacido la filosofía.Toda religión y toda mitología, pues, dan una respuesta a aquellas preguntas. La diferencia está en que la filosofía da una respuesta puramente conceptual.














Santiago de Chile 7- VI-1947

Cortesía del señor Elías Luna .


















- “La más bella y profunda emoción que podemos probar el el sentido del misterio. En él se encuentra la raíz de todo arte y de toda verdadera ciencias. El hombre que ha perdido la facultad de maravillarse es como un hombre muerto, o al menos ciego”, escribió Albert Einstein. Esta capacidad de admirarse es propia del artista y el científico geniales, pero también de todo ser humano que, alguna vez, fue niño, y que no ha matado aquella actitud fundamental que no abre al mundo como un regalo, una aventura y un misterio. Toda vida creativa, sea de un hombre de fama o de un niño anónimo, es fruto del asombro.Los filósofos griegos situaban el origen de la sabiduría en una actitud que denominaron thaumazein. Nosotros solemos traducir esa palabra por admiración o por asombro, pero también significa, en algunos contextos, maravilla e, incluso, veneración. Todos estos significados vibran en el interior de la expresión griega y todos ellos son, en diversos contextos y sentidos, origen del pensamiento innovador y de una vida creativa. El asombro nos despierta al misterio luminoso de la vida, al dramatismo de la existencia, nos descubre como protagonistas de una aventura arriesgada y retadora, siempre nueva.Sin asombro, permanecemos encarcelados en el sueño de las sombras, caemos en la rutina, en lo siempre igual, todo nos parece seguro y acabado, evidente, sencillo, neutral… y nada nos libera de lo ya dado, sabido o hecho. Ponemos el piloto automático y toda novedad, todo acontecimiento, quedan relegados a un funcionamiento mecánico que asfixia nuestra condición personal. Nosotros mismos podemos volvernos extraños, extranjeros en nuestra propia casa, trabajo y vida.El asombro se mueve en un delicado equilibrio entre la atracción y curiosidad que nos suscita una realidad y el sumo respeto que nos inspira, tensión que los clásicos llamaron veneración. Sin atracción, sin curiosidad, sin querer acercarse y comprender lo maravilloso (sin querer, en cierto modo, apropiárnoslo), todo lo que nos rodea acaba por sernos indiferente. Por otro lado, sin una atención respetuosa (sin guardar ante ello cierta distancia), corremos el riesgo de apagar lo maravilloso con nuestros prejuicios o manosearlo y reducirlo a nuestros intereses. Podemos rastrear las huellas del asombro en todo inventor, en todo filósofo, en todo creativo, en toda persona de vida feliz de la que tengamos noticia. A leer la autobiografía o los diarios de un gigante descubrimos que su saber mirar y su dejarse sorprender por lo que existe fue el primer paso para despertar a su propia vocación. Cuando el hombre alcanza, en algún ámbito de su vida, ese delicado equilibrio entre la atracción y el respeto, esa vida, esa acción, esa persona, empieza la aventura de hacerse, a sí misma, luminosa y venerable.

 

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