El peneca 1824 Zig Zag Chile



El peneca Zig Zag nº 1824 por el señor Elías Luna (Chile)
Santiago de Chile, 27 de Noviembre de 1943.


El peneca y el poder del adjetivo en la literatura.

El escritor, el guionista de El peneca busca , utiliza como mente humana, dotada de los poderes de generalización y abstracción, y no sólo ve hierba verde, diferenciándola de otras cosas ( y hallándola agradable a la vista), sino que ve que es verde, además de verla como hierba. Qué poderosa, qué estimulante para la misma facultad que lo produjo fue la invención del adjetivo: no hay en fantasía hechizo ni encantamiento más poderoso. Y no ha de sorprendernos: podría ciertamente decirse que tales hechizos sólo son una perspectiva diferente del adjetivo, una parte de la oración en una gramática mítica.
La mente del guionista que pensó en ligero, pesado, gris, amarillo, inmóvil y veloz también supo ezbosar la imagen al ilustrador o dibujante de El peneca, comunión perfecta, que conciben la noción de la magia que haría ligeras y aptas para el vuelo las cosas pesadas, que convertiría el plomo gris en oro amarillo y la roca inmóvil en veloz arroyo. Si pueden hacer una cosa, también la otra; y hacen las dos, inevitablemente. Si de la hierba podemos abstraer lo verde, del cielo lo azul y de la sangre lo rojo, es que disponemos ya del poder del encantador.
Y surge el tercer sujeto : el lector. El nace del deseo de trascender,de romper el espejo de la monotonía en que vive, siente el poder de la literatura, su naturaleza transformadora. El lector pinta en su cerebro lo que sus ojos leen, descubre el hechizo, el imán de los adjetivos que acompañan a los elementos inertes y vivos. De aquí no se deduce que vayamos a usar bien de ese poder en un nivel determinado; podemos poner un Verde horrendo en el rostro de un hombre y obtener un monstruo; podemos hacer que brille una extraña y temible luna azul; o podemos hacer que los bosques se pueblen de hojas de plata y que los carneros se cubran de vellocinos de oro; y podemos poner ardiente fuego en el vientre del helado saurio. Y con tal "fantasía" que así se la denomina, se crean nuevas formas. Es el inicio de Fantasía. El Hombre se convierte en subcreador.
Así, el poder esencial de una obra literaria, es hacer inmediatamente efectivas a voluntad las visiones "fantásticas". No todas son hermosas, ni incluso ejemplares; no al menos las fantasías del Hombre caído. Y con su propia mancha ha mancillado a los elfos, que sí tienen ese poder real o imaginario. En mi opinión, se tiene muy poco en cuenta este aspecto de la "mitología" -subcreación más que representación o que interpretación simbólica de las bellezas y los terrores del mundo-.
Naturalmente que los niños son capaces de una fe literaria cuando el arte del escritor de cuentos es lo bastante bueno como para producirla. A esa condición de la mente se la ha denominado "voluntaria suspensión de la incredulidad". Más no parece que ésa sea una buena definición de lo que ocurre. Lo que en verdad sucede es que el inventor de cuentos, relatos, aventuras, demuestra ser un atinado "sub-creador". Construye un mundo alternativo en el que tu mente puede entrar. Dentro de él, lo que se relata es "verdad": está en consonancia con las leyes de ese mundo. Crees en él, pues, mientras estás, por así decirlo, dentro de él. Cuando surge la incredulidad, el hechizo se quiebra; ha fallado la magia, o más bien el arte. Y vuelve a situarte en ese mundo paralelo, contemplando desde fuera el pequeño mundo personal que no cuajó. Si por benevolencia o por las circunstancias te ves obligado a seguir en él, entonces habrás de dejar suspensa la incredulidad (o sofocarla); porque si no, ni tus ojos ni tus oídos lo soportarán. Pero esta interrupción de la incredulidad sólo es un sucedáneo de la actitud auténtica, un subterfugio del que echamos mano cuando condescendemos con juegos e imaginaciones, o cuando (con mayor o menor buena gana) tratamos de hallar posibles valores en la manifestación de un arte a nuestro juicio fallido.


Muchas gracias, Elías Luna.
Adaptación de Hasieran para El peneca en base a un texto de J. R. Tolkien.

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