El peneca 1898




El peneca Zig Zag nº 1898
Cortesía del señor Elías Luna.
Muchasgracias.

El peneca. Alivio y nostalgia del ser.
En la obra literaria, ya se trate de un género mayor como la novela , o de un género menor como len la revista El peneca , la vida es una ficción , un simulacro en el que aquel vertiginoso desorden se vuelve orden: organización, causa y efecto, fin y principio. La soberanía de una obra literaria no resulta sólo del lenguaje en que está escrita. También, de su sistema temporal, de la manera como discurre en ella la existencia: cuándo se detiene, cuándo se acelera y cuál es la perspectiva cronológica del narrador , del guionista y dibujante para describir ese tiempo inventado. Si entre las palabras y los hechos hay una distancia, entre el tiempo real y el de una ficción hay siempre un abismo. El tiempo literario es un artificio fabricado para conseguir ciertos efectos psicológicos. En el peneca se dan esas transposiciones del tiempo , en él el pasado puede ser posterior al presente -el efecto preceder a la causa , como en ese relato de Alejo Carpentier, Vide a la semilla, que comienza con la muerte de un hombre anciano y continúa hasta su gestación, en el claustro materno; o ser sólo pasado remoto que nunca llega a disolverse en el pasado pr6ximo desde el que narra el narrador, como en la mayoría de las novelas clásicas; o ser eterno presente sin pasado ni futuro, como en las ficciones de Samuel Beckett; o un laberinto en que pasado, presente y futuro coexisten, anulándose, como en El sonido y la furia, de Faulkner. .Las historias literarias tienen principio y fin y, aun en las más informes y espasmódicas, la vida adopta un sentido que podemos percibir porque ellas nos ofrecen una perspectiva que la vida verdadera, en la que estamos inmersos, siempre nos niega. Ese orden es invención, un añadido del escritor , simulador que aparenta recrear la vida cuando en verdad la rectifica. A veces sutil, a veces brutalmente. Esa es la verdad que expresan las mentiras de las ficciones: las mentiras que somos, las que nos consuelan y desagravian de nuestras nostalgias y frustraciones. ¿ Qué confianza podemos prestar, pues, al testimonio de las obras literarias sobre la sociedad que las produjo? Eran esos hombres así? Lo eran, en el sentido de que así querían ser, de que así se veían amar, sufrir y gozar. Esas mentiras no documentan sus vidas sino los demonios que las soliviantaron, los sueños en que se embriagaban para que la vida que vivían fuera más llevadera. Una época no está poblada únicamente de seres de carne y hueso; también, de los fantasmas en que estos seres se mudan para romper las barreras que los limitan y los frustran. Las mentiras de las novelas no son nunca gratuitas.

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